En todo momento tu corazón y tu boca deben meditar la
sabiduría, y tu lengua proclamar la justicia, siempre debes llevar en el corazón
la ley de tu Dios. Pr esto te dice la Escritura: Hablarás de ellas estando en
casa y yendo de camino, acostado y levantado. Hablemos, pues, del Señor Jesús,
porque él es la sabiduría, él es la palabra, y Palabra de Dios.
Porque también está escrito: Abre tu boca a la palabra
de Dios. Por él anhela quien repite sus palabras y las medita en su interior.
Hablemos siempre de él. Si hablamos de sabiduría, él es la sabiduría; si de
virtud, él es la virtud; si de justicia, él es la justicia; si de paz, él es la
paz; si de la verdad, de la vida, de la redención, él es todo esto.
Está escrito: Abre tu boca a la palabra de Dios. Tú
ábrela, que él habla. En este sentido dijo el salmista: Voy a escuchar lo que
dice el Señor, y el mismo Hijo de Dios dice: Abre tu boca y yo la saciaré. Pero
no todos pueden percibir la sabiduría en toda su perfección, como Salomón o
Daniel; a todos sin embargo se les infunde, según su capacidad, el espíritu de
sabiduría con tal de que tengan fe. Si crees, posees el espíritu de sabiduría.
Por esto, medita y habla siempre las cosas de Dios,
estando en casa. Por la palabra casa podemos entender la iglesia o, también
, nuestro interior, de modo que hablemos en nuestro
interior con nosotros mismos. Habla con prudencia, para evitar el pecado, no
sea que caigas por tu mucho hablar. Habla en tu interior contigo mismo como
quien, juzga. Habla cuando vayas de camino, para que nunca dejes de hacerlo.
Hablas por el camino si hablas en Cristo, porque Cristo es el camino. Por el
camino, háblate a ti mismo, habla a Cristo. Atiende cómo tienes que hablarle:
Quiero -dice- que los hombres oren en todo lugar levantando al cielo las manos
purificadas, limpias de ira y de altercados. Habla, oh hombre, cuando te
acuestes, no sea que te sorprenda el sueño de la muerte. Atiende cómo debes
hablar al acostarte: No daré sueño a mis ojos, ni reposo a mis párpados, hasta
que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte Jacob. Cuando
te levantes, habla también de él, y cumplirás así lo que se te manda. Fíjate
cómo te despierta Cristo. Tu alma dice: Oigo a mi amado que me llama, y Cristo responde:
Ábreme, amada mía. Ahora ve cómo despiertas tú Cristo. El alma dice: ¡Muchachas
de Jerusalén, os conjuro a que no vayáis a molestar, a que no despertéis al
amor! El amor es Cristo.
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