¿Qué es lo que se nos ha prometido? Seremos semejantes
a él, porque lo veremos tal cual es. La lengua ha expresado lo que ha podido;
lo restante ha de ser meditado en el corazón. En comparación de aquel que es,
¿qué pudo decir el mismo Juan? ¿Y qué podremos decir nosotros, que tan lejos
estamos de igualar sus méritos?
Volvamos, pues, a aquella unción de Cristo, a aquella
unción que nos enseña desde dentro lo que nosotros no podemos expresar, y, ya
que por ahora os es imposible la visión, sea vuestra tarea el deseo.
Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que
deseas no lo ves todavía, más por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando
llegue el momento de la visión. Supón que quieres llenar una bolsa, y que
conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el
saco, el odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y
ves que la bolsa es estrecha, y por esto ensanchas la boca de la bolsa para
aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensanchándola, la hace
capaz de sus dones.
Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser
colmados. Ved de qué manera Pablo ensancha su deseo, para hacerse capaz de
recibir lo que ha de venir. Dice, en efecto: No quiero decir con esto que tenga
ya conseguido el premio o que sea ya perfecto; yo, hermanos, no considero haber
ganado todavía el premio.
¿Qué haces, pues, es esta vida, si aún no has
conseguido el premio? Sólo una cosa busco: olvidando lo que queda atrás y
lanzándome hacia lo que veo por delante, voy corriendo hacia la meta para
conseguir el premio de la asamblea celestial. Afirma de sí mismo que está
lanzado hacia lo que ve por delante y que va corriendo hacia la meta final. Es
porque se sentía demasiado pequeño para captar aquello que ni el ojo vio, ni el
oído oyó, ni vino a la mente del hombre.
Tal es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo. Ahora
bien, este santo deseo está proporción directa de nuestro desasimiento de los
deseos que suscita el amor del mundo. Ya hemos dicho en otra parte que un
recipiente, para ser llenado, tiene que estar vacío. Derrama, pues, de ti el
mal, ya que has de ser llenado del bien.
Imagínate que Dios quiere llenarte de miel; si estás
lleno de vinagre, ¿Dónde pondrás la miel? Hay que vaciar primero el recipiente,
hay que limpiarlo y lavarlo, aunque cueste fatiga, aunque haya que frotarlo,
para que sea capaz de recibir algo.
Y así como decimos miel, podríamos decir oro o vino;
lo que pretendemos es significar algo inefable: Dios. Y cuando decimos Dios,
¿qué es lo que decimos? Esta sola sílaba es todo lo que esperamos. Todo lo que
podamos decir está, por tanto, muy por debajo de esa realidad; ensanchemos,
pues, nuestro corazón, para que, cuando venga, nos llene, ya que seremos
semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
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