Al nacer nuestro Señor Jesucristo como hombre
verdadero, sin dejar por un momento de ser Dios verdadero, realizó en sí mismo
el comienzo de la nueva creación y, con su nuevo origen, dio al género humano
un principio de vida espiritual. ¿Qué mente será capaz de comprender este
misterio, qué lengua será capaz de explicar semejante don? La iniquidad es
transformada en inocencia, la antigua condición humana queda renovada; los que
eran enemigos y estaban alejados de Dios se convierten en hijos adoptivos y
herederos suyos.
Despierta, oh hombre, y reconoce la dignidad de tu
naturaleza. Recuerda que fuiste hecho a imagen de Dios; esta imagen, que fue
destruida por Adán, ha sido restaurada en Cristo. Haz uso como conviene de las
creaturas visibles, como usas de la tierra, del mar, del cielo, del aire, de
las fuentes y de los ríos; y todo lo que hay en ellas de hermoso y digno de
admiración conviértelo en motivo de alabanza y gloria del Creador.
Deja que tus sentidos corporales se impregnen de esta
luz corporal y abraza, con todo el afecto de tu mente, aquella luz verdadera
que viniendo a este mundo ilumina a todo hombre, y de la cual dice el salmista:
Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si somos
templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en nosotros, es mucho más lo que
cada fiel lleva en su interior que todas las maravillas que contemplamos en el
cielo.
Con estas palabras, amadísimos hermanos, no queremos
induciros o persuadiros a que despreciéis las obras de Dios, o que penséis que
las cosas buenas que ha hecho el Dios bueno significan un obstáculo para vuestra
fe; lo que pretendemos es que uséis de un modo racional y moderado de todas las
creaturas y de toda la belleza de este mundo, pues, como dice el Apóstol, lo
que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.
Por consiguiente, puesto que hemos nacido para las
cosas presentes y renacido para las futuras, no nos entreguemos de lleno a los
bienes temporales, sino tendamos, como a nuestra meta, a los eternos; y, para
que podamos mirar más de cerca el objeto de nuestra esperanza, pensemos qué es
lo que la gracia divina ha obrado en nosotros. Oigamos las palabras del
Apóstol: Habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando se
manifieste Cristo, que es vuestra vida, os manifestaréis también vosotros con
él, revestidos de gloria, el cual vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo
por los siglos de los siglos. Amén.
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