miércoles, 21 de junio de 2017

SOLAMENTE DI LA PALABRA

¡SOLAMENTE DI LA PALABRA!
Por tu gracia, Señor, no seré un discípulo “con muletas”. O sea, esa clase de discípulo que se la pasa diciendo: “Si no viere… y metiere… no creeré”. Así como Tomás y Gedeón, el “discípulo apuntalado” tiene que ver pruebas palpables de que Dios está con él, porque de lo contrario no se mueve.
Claro que las pruebas consuelan y las necesitamos a veces, pero tú, Señor, deseas hacernos cristianos sin exigir puntales de apoyo. Confieso que con demasiada frecuencia he orado: “Señor, quiero saber tu voluntad, así que te pido por favor de una pequeña señal para mostrarme el camino”. Claro que no hay nada malo en descubrir pruebas de que sí voy por dónde es. El problema está en pedir las pruebas de antemano, lo cual demuestra mi poca fe.
Debo ser como el centurión de Capernaúm, quien pidió a Jesús que le sanara a su empleado enfermo (Mateo 8:8). En otras palabras, “Ni siquiera es necesaria tu presencia física, basta con tu palabra”. ¿Con qué frecuencia acepto la Palabra de Dios como suficiente sin pedir puntales y señales y hasta la misma presencia divina? Con razón Jesucristo dijo: “De cierto os digo que no he hallado tanta fe en ninguno en Israel” (vs. 10).
Quisiera tener la fe del centurión, pero suelo actuar como Abram, cuya fe tenía granitos de duda. También hago reclamos parecidos a la inquietud de Abram cuando preguntó: ¿Qué (señal) me has de dar? Pues continúo sin hijos” (Gén. 15:2). Él quería creer en la promesa de Dios, pero su naturaleza se lo impedía. En su gran misericordia y paciencia, Dios le complació (cómo lo hace muchas veces) y le dijo “tu descendencia será como las estrellas…” (vs. 5) como señal. Fue entonces que Abraham “creyó al Señor” (vs. 6) y con el tiempo llegó a ser Abraham, el patriarca de la fe y del pacto hebreo. Pero mejor hubiera dicho como el centurión romano siglos después: ¡Solamente di la palabra!
Señor, hazme un discípulo como el centurión. Uno que tiene suficiente fe como para siempre decir “Solamente di la palabra”, y quien no necesita de que le esté apuntalando, aún cuando las señales son cosas ¡tan maravillosas como las mismas estrellas!  Quiero decir como María: “Hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38).
¿Cómo andas en este asunto?
Haz los ajustes necesarios.
Dios te bendiga.

 “Para siempre, oh Señor, permanece tu palabra en los cielos. Por generación y generación es tu fidelidad” (Salmo 119:89-90).

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