Antes se te ha advertido que no te limites a creer lo
que ves, para que no seas tú también de éstos que dicen: ¿Éste es aquel gran
misterio que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre? Veo
la misma agua de siempre: ¿ésta es la que me ha de purificar, si es la misma en
la que tantas veces me he sumergido sin haber quedado nunca puro? De ahí has de
deducir que el agua no purifica sin la acción del Espíritu.
Por esto has leído que en el bautismo los tres
testigos se reducen a uno solo: el agua, la sangre y el Espíritu, porque si
prescindes de uno de ellos ya no hay sacramento del bautismo. ¿Qué es, en
efecto, el agua sin la cruz de Cristo, sino un elemento común, sin ninguna
eficacia sacramental? Pero tampoco hay misterio de regeneración sin el agua,
porque el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de
Dios. También el catecúmeno cree en la cruz del Señor Jesús, con la que ha sido
marcado, pero si no fuere bautizado en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, no puede recibir el perdón de los pecados ni el don de la
gracia espiritual. Por eso el Sirio Naamán, en la ley antigua, se bañó siete
veces, pero tú has sido bautizado en el nombre de la Trinidad. Has profesado
-no lo olvides- tu fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo. Vive
conforme a lo que has hecho. Por esta fe has muerto para el mundo y has
resucitado para Dios y, al ser como sepultado en aquel elemento del mundo, has
muerto al pecado y has sido resucitado a la vida eterna. Cree, por tanto, en la
eficacia de estas aguas.
Finalmente, aquel paralítico (el de la piscina
Probática) esperaba un hombre que lo ayudase. ¿A qué hombre, sino al Señor Jesús
nacido de una virgen, a cuya venida ya no era la sombra la que había de salvar
a uno por uno, sino la realidad la que había de salvar a todos? Él era, pues,
al que esperaban que bajase, acerca del cual dijo el Padre a Juan Bautista:
sobre quien veas descender el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que
bautiza con el Espíritu Santo. Y Juan dio testimonio de él diciendo: Vi al
Espíritu bajar del cielo como una paloma y posarse sobre él. Y si el Espíritu
descendió como paloma fue para que tú vieses y entendieses en aquella paloma
que el justo Noé soltó desde el arca una imagen de esta paloma y reconocieses en
ello una figura del sacramento.
¿Te queda aún lugar a duda? Recuerda cómo en el
Evangelio el Padre te proclama con toda claridad: Éste es mi Hijo, en quien
tengo mis complacencias, cómo proclama lo mismo el Hijo, sobre el cual se
mostró el Espíritu Santo como una paloma, cómo lo proclama el Espíritu Santo,
que descendió como una paloma, cómo lo proclama el salmista: La voz del Señor
sobre las aguas, el Dios de la gloria hace oír su trueno, el Señor sobre las
aguas torrenciales, cómo la Escritura te atestigua que a, ruegos de Yerubbaal,
bajó fuego del cielo, y cómo también, por la oración de Elías, fue enviado un
fuego que consagró el sacrificio. En los sacerdotes, no consideres sus méritos
personales, sino su ministerio. Y si quieres atender a los méritos,
considéralos como a Elías, considera también en ellos los méritos de Pedro y
Pablo, que nos han confiado este misterio que ellos recibieron del Señor Jesús.
Aquel fuego visible era enviado para que creyesen; en nosotros, que ya creemos,
actúa en fuego invisible; para ellos, era una figura, para nosotros, una
advertencia. Cree, pues, que está presente el Señor Jesús, cuando es invocado
por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: Donde dos o tres están reunidos,
allí estoy yo también. Cuánto más se dignará estar presente donde está la
Iglesia, donde se realizan los sagrados misterios.
Descendiste, pues, a la piscina bautismal. Recuerda tu
profesión de fe en el Padre, en el Hijo, en Espíritu Santo. No significa esto
que creas en uno que es el último, sino que el mismo tenor de tu profesión de
fe te induce a que creas en el Hijo igual que en el Padre, en el Espíritu igual
que en el Hijo, con la sola excepción de que profesas que tu fe en la cruz se
refiere únicamente a la persona del Señor Jesús.
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