La Sabiduría unigénita y personal de Dios es creadora
y hacedora de todas las cosas. Todo -dice, en efecto, el salmo- lo hiciste con
sabiduría, y también: La tierra está llena de tus creaturas. Pues, para que las
cosas creadas no sólo existieran, sino que también existieran debidamente,
quiso Dios acomodarse a ellas por su Sabiduría, imprimiendo en todas ellas en
conjunto y en cada una en particular cierta similitud e imagen de sí mismo, con
lo cual se hiciese patente que las cosas creadas están embellecidas con la
Sabiduría y que las obras de Dios son dignas de él.
Porque, del mismo modo que nuestra palabra es imagen
de la Palabra, que es el Hijo de Dios, así también la sabiduría creada es
también imagen de esta misma Palabra, que se identifica con la Sabiduría; y
así, por nuestra facultad de saber y entender, nos hacemos idóneos para recibir
la Sabiduría creadora y, mediante ella, podemos conocer a su Padre. Pues, quien
posee al Hijo -dice la Escritura- posee también al Padre, y también: El que a
mí me recibe a aquel que me ha enviado. Por tanto, ya que existe en nosotros y
en todos una participación creada de esta Sabiduría, con toda razón la
verdadera y creadora Sabiduría se atribuye las propiedades de los seres, que
tienen en sí una participación de la misma, cuando dice: El Señor me creó al
comienzo de sus obras.
Mas, como en la sabiduría de Dios, según antes hemos explicado,
el mundo no lo conoció por el camino de la sabiduría, quiso Dios valerse de la
necesidad de la predicación para salvar a los creyentes. Porque Dios no quiso
ya ser conocido, como en tiempos anteriores, a través de la imagen y sombra de
la sabiduría existente en las cosas creadas, sino que quiso que la auténtica
Sabiduría tomara carne, se hiciera hombre y padeciese la muerte de cruz, para
que, en adelante, todos los creyentes pudieran salvarse por la fe en ella.
Se trata, en efecto, de la misma Sabiduría de Dios,
que antes, por su imagen impresa en las cosas creadas (razón por la cual se
dice de ella es creada), se daba a conocer a sí misma y, por medio de ella,
daba a conocer a su Padre. Pero, después esta misma Sabiduría, que es también
la Palabra, se hizo carne, como dice San Juan, y, habiendo destruido la muerte
y liberado nuestra raza, se reveló con más claridad a sí misma y, a través de
sí misma, reveló al Padre; de ahí aquellas palabras suyas: Haz que te conozcan
a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo.
De este modo, toda la tierra está llena de su
conocimiento. En efecto, uno solo es el conocimiento del Padre a través del
Hijo, y del Hijo por el Padre; uno solo es el gozo del Padre y el deleite del
Hijo en el Padre, según aquellas palabras: Yo era su encanto cotidiano, todo el
tiempo jugaba en su presencia.
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