Los santos barones, al hallarse involucrados en el
combate de las tribulaciones, teniendo que soportar al mismo tiempo a los que
atacan y a los que intentan seducirlos, se defienden de los primeros con el
escudo de su paciencia, atacan a los segundos arrojándoles los dardos de su
doctrina, y se ejercitan en una y otra clase de lucha con admirable fortaleza
de espíritu, en cuanto que por dentro oponen una sabia enseñanza a las
doctrinas desviadas, y por fuera desdeñan sin temor las cosas adversas; a unos
corrigen con su doctrina, a otros superan con su paciencia. Padeciendo, superan
a los enemigos que se alzan contra ellos; compadeciendo, retornan al camino de
la salvación a los débiles; a aquéllos les oponen resistencia, para que no
arrastren a los demás; a éstos les ofrecen su solicitud, para que no pierdan
del todo el camino de la rectitud.
Veamos cómo lucha contra unos y otros el soldado de la
milicia de Dios. Dice san Pablo: Conflictos por fuera, temores por dentro. Y
enumera estas dificultades exteriores diciendo: Con peligros en los ríos,
peligros de bandidos, peligros de parte de los de mi raza, peligros de parte de
los paganos, peligros en las ciudades, peligros en el desierto, peligros en el
mar, peligros de parte de falsos hermanos. Y añade cuáles son los dardos que
asesta contra el adversario, en semejante batalla: Con trabajos y fatigas, con
muchas noches sin dormir, con hambre y con sed, con ayunos frecuentes, con frío
y sin ropa.
Pero, en medio de tan fuertes batallas, nos dice
también cuánta es la vigilancia con que protege el campamento, ya que añade a
continuación; Y, además de muchas otras cosas, la responsabilidad que pesa
sobre mí diariamente, mi preocupación por todas las Iglesias. Además de la
fuerte batalla que él ha de sostener, se dedica compasivamente a la defensa del
prójimo. Después de explicarnos los males que ha de sufrir, añade los bienes
que comunica a los otros.
Pensemos lo gravoso que ha de ser tolerar las
adversidades, por fuera, y proteger a los débiles, por dentro, todo ello al
mismo tiempo. Por fuera sufre ataques, porque es azotado, atado con cadenas;
por dentro sufre por el temor de que sus padecimientos sean un obstáculo no
para él, sino para sus discípulos, Por esto les escribe también: Nadie vacile a
causa de estas tribulaciones. Ya sabéis que éste es nuestro destino. Él temía
que sus propios padecimientos fueran ocasión de caída para los demás, que los discípulos,
sabiendo que él había sido azotado por causa de la fe, se hicieran atrás en la
profesión de su fe.
¡Oh inmenso y entrañable amor! Desdeñando lo que él
padece, se preocupa de que los discípulos no padezcan en su interior desviación
alguna. Menospreciando las heridas de su cuerpo, cura las heridas internas de
los demás. Es éste un distintivo del hombre justo, que, aun en medio de sus
dolores y tribulaciones, no deja de preocuparse por los demás; sufre con
paciencia sus propias aflicciones, sin abandonar por ello la instrucción que
prevé necesaria para los demás, obrando, así como el médico magnánimo cuando
está él mismo enfermo. Mientras sufre las desgarraduras de su propia herida, no
deja de proveer a los otros el remedio saludable.
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