Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo,
penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú,
Señor, me socorriste. Entre y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro,
por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una
luz inconmutable; no está luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por
intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de
una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el
aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más
alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui
hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad. ¡Oh eterna verdad, verdadera
caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche.
Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien
me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún
capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza
sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran
distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo,
como si oyera tu voz que me decía desde arriba: “Soy alimento de adultos:
crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede
con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.”
Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me
hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al
mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también él, el cual
está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos, que me llamaba
y me decía: Yo soy el camino de la verdad y la vida, y el que mezcla aquel
alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo
carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en
leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas.
¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba;
y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú
estabas conmigo, más yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas
cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y
quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume y lo aspiré, y ahora te anhelo, gusté de ti, y ahora
siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de
ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario