La sabiduría se despliega vigorosamente de un confín al
otro del mundo y gobierna de excelente manera todo el universo.
Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por
hacerla esposa mía y me constituí en el amante de su belleza. Realza su nobleza
con su intimidad con Dios, pues el Señor del universo la amó. Está iniciada en
la ciencia de Dios y lo guía en la elección de sus obras. Si en la vida la riqueza
es un bien deseable, ¿qué cosa más rica que la sabiduría que todo lo hace? Si
la inteligencia es creadora, ¿quién sino la sabiduría es el artífice del
universo? ¿Amas la justicia? Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues
ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza: lo más
provechoso para el hombre en la vida. ¿Deseas además gran experiencia? Ella
sabe el pasado y conjetura el porvenir, interpreta las máximas y descifra los
enigmas, conoce el alcance de señales y prodigios, así como la sucesión de épocas
y tiempos.
Decidí, pues, tomarla por compañera de mi vida,
sabiendo que sería mi consejera en los días felices y mi aliento en las
preocupaciones y penas. Gracias a ella -me decía- alcanzaré prestigio entre la
muchedumbre, y, aunque joven, honor ante los ancianos. En el tribunal me mostraré
agudo y los poderosos, al verme, quedarán admirados. Si callo, esperarán; si
hablo, prestarán atención; si prolongo mi discurso, pondrán la mano en la boca.
Por ella conseguiré la inmortalidad y dejaré recuerdo eterno a los que me
sucedan. Gobernaré los pueblos y las naciones me estarán sujetas. Con sólo oír
mi nombre, soberanos terribles temerán. Me mostraré bueno con mi pueblo y
valiente en la guerra. Vuelto a casa, junto a ella descansaré, pues no causa
amargura su compañía ni tristeza la convivencia con ella, sino placer y alegría.
Revolviendo estos pensamientos en mi mente y considerando
en mi corazón que la inmortalidad se encuentra en la unión con la sabiduría, en
su amistad un placer puro, en los trabajos de sus manos inagotables riquezas,
prudencia en cultivar su trato y prestigio en conversar con ella, buscaba por
todos los medios la manera de hacérmela mía.
Era yo un muchacho de buen natural, me cupo en suerte
un alma buena, o más bien, siendo bueno, vine a un cuerpo incontaminado; pero comprendí
que no podría poseer la sabiduría si Dios no me la daba, y ya era un fruto de
la prudencia saber de quién procedía esta gracia; me dirigí al Señor y se la pedí
con todo mi corazón.
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