La venida de nuestro Salvador en el tiempo fue como la
edificación de un templo sobremanera glorioso; este templo, si se compara con
el antiguo, es tanto más excelente y preclaro cuanto el culto evangélico de
Cristo aventaja al culto de la ley o cuanto la realidad sobrepasa a sus figuras.
Con referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El templo
antiguo era uno solo, estaba edificado en un solo lugar y sólo un pueblo podía
ofrecer en él sacrificios. En cambio, cuando el Unigénito se hizo semejante a
nosotros, como el Señor es Dios: él nos ilumina, según dice la Escritura, la
tierra se llenó de templos santos y de adoradores innumerables, que veneran sin
cesar al Señor del universo con sus sacrificios espirituales y sus oraciones.
Esto es, según mi opinión, lo que anunció Malaquías en nombre de Dios, cuando
dijo: Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las
naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura.
En verdad, la gloria del nuevo templo, es decir, de la
Iglesia, es mucho mayor que la del antiguo. Quienes se desviven y trabajan solícitamente
en su edificación obtendrán como premio del Salvador y don del cielo, al mismo
Cristo, que es la paz de todos, por medio de quien tenemos acceso al Padre en
un solo Espíritu; así lo declara el mismo Señor, cuando dice: En este sitio
daré la paz a cuantos trabajen en la edificación de mi templo.
De manera parecida, dice también Cristo en otro lugar:
Mi paz os doy. Y Pablo, por su parte, explica en qué consiste esta paz que se
da a los que aman, cuando dice: La paz de Dios, que está por encima de todo
conocimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús. También oraba en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando
decía: Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las
realizas tú. Enriquecidos con la paz de Cristo, fácilmente conservaremos la
vida del alma y podremos encaminar nuestra voluntad a la consecución de una
vida virtuosa.
Por tanto, podemos decir que se promete la paz a todos
los que se consagran a la edificación de este templo, ya sea que su trabajo
consista en edificar a la Iglesia en el oficio de catequistas de los sagrados
misterios, es decir, colocados al frente de la casa de Dios como mistagogos, ya
sea que se entreguen a la santificación de sus propias almas, para que resulten
piedras vivas y espirituales en la construcción del templo del Espíritu,
formando un sacerdocio sagrado. Todos estos esfuerzos la lograrán, sin duda, su
finalidad y quienes actúen de esta forma alcanzarán sin dificultad la salvación
de su alma.
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