Que los presbíteros tengan entrañas
de misericordia y se muestren compasivos para con todos, tratando de traer al
buen camino a los que se han extraviado; qué visiten a los enfermos, que no
descuiden a las viudas, a los huérfanos y a los pobres, antes bien, que
procuren el bien no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; que se
abstengan de toda ira, de toda acepción de personas, de todo juicio injusto;
que vivan alejados del amor al dinero, que no se precipiten creyendo fácilmente
que los otros han obrado mal, que no sean severos en sus juicios, teniendo
presente que todos estamos inclinados al pecado.
Si, pues, pedimos al Señor que
perdone nuestras ofensas, también nosotros debemos perdonar s los que nos
ofenden, ya que todos estamos bajo la mirada de nuestro Dios y Señor y todos
hemos de comparecer ante el tribunal de Dios para que cada cual dé cuenta a
Dios de sí mismo. Sirvámosle, por tanto, con temor y con gran respeto, según
nos mandaron tanto el mismo Señor como los apóstoles, que nos predicaron el
Evangelio, y los profetas, quienes de antemano nos anunciaron la venida de
nuestro Señor; busquemos con celo el bien, evitemos los escándalos, apartémonos
de los falsos hermanos y de aquellos que llevan hipócritamente el nombre del
Señor y arrastran a los insensatos al error.
Todo el que no reconoce a Jesús, que
he venido en la carne, no es Dios, es del anticristo, y el que no confiesa el
testimonio de la cruz procede del diablo, y el que interpreta falsamente las
sentencias del Señor según sus propias concupiscencias y afirma que no hay resurrección
ni juicio, ese tal es el primogénito de Satanás. Por consiguiente, abandonemos
los vanos discursos y falsas doctrinas que muchos sustentan y volvamos a las
enseñanzas que nos fueron
transmitidas desde el principio;
seamos sobrios para entregarnos a la oración, perseveremos constantes en los
ayunos y supliquemos con ruegos al Dios que todo lo ve a fin de que no nos deje
caer en la tentación, porque, como dijo el Señor; la voluntad está pronta, pero
el cuerpo es débil.
Mantengámonos, pues, firmemente
adheridos a nuestra esperanza y a Jesucristo, prenda de nuestra justicia: él
cargado con nuestros pecados subió al leño, y no cometió pecado ni encontraron
engaño en su boca, y por nosotros, para que vivamos en él, lo soportó todo.
Seamos imitadores de su paciencia y, si por causa de su nombre tenemos que
sufrir, glorifiquémoslo; ya que éste fue el ejemplo que nos dejó en su propia
persona y esto es lo que nosotros hemos creído.
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