Concédame Dios hablar según él quiere y concebir
pensamientos dignos de sus dones, porque él es quien guía a la sabiduría y
quien dirige a los sabios; que en sus manos estamos nosotros y nuestras
palabras y toda la prudencia y la pericia de nuestras obras. Fue él quien me
concedió el conocimiento verdadero de cuanto existe, quien me dio a conocer la
estructura del mundo y las propiedades de los elementos, el principio, el fin y
el medio de los tiempos, los cambios de los solsticios y la sucesión de las
estaciones, los ciclos del año y la posición de los astros, la naturaleza de
los animales y los instintos de las fieras, el poder de los espíritus y los
pensamientos de los hombres, las variedades de las plantas y las virtudes de
las raíces. Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conocí, porque la que
todo lo hizo, la sabiduría, me lo enseño.
Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo,
único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante
del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro,
sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra, todos los espíritus, los
inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en
movilidad la sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza.
Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de
la gloria del Todopoderoso, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un
reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una
imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma,
todo lo renueva; en todas las edades entra en las almas santas y forma en ellas
amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la sabiduría.
Es ella, en efecto, más bella que el sol, supera a todas las constelaciones;
comparada con la luz, sale vencedora, porque a la luz sucede la noche, pero
contra la sabiduría no prevalece la maldad.
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