La compenetración de la ciudad terrestre con la ciudad
celeste sólo es perceptible por la fe: más aún, es el misterio permanente de la
historia humana, que, hasta el día de la plena revelación de la gloria de los
hijos de Dios, seguirá perturbada por el pecado.
La Iglesia, persiguiendo la finalidad salvífica que es
propia de ella, no sólo comunica al hombre la participación en la vida divina,
sino que también difunde, de alguna manera, sobre el mundo entero la luz que
irradia esta vida divina, principalmente sanando y elevando la dignidad de la
persona humana, afianzado la cohesión de la sociedad y procurando a la
actividad cotidiana del hombre un sentido más profundo, al impregnarla de una
significación más elevada. Así la Iglesia, por cada uno de sus miembros y por
toda su comunidad, cree poder contribuir ampliamente a humanizar cada vez más
la familia humana y toda su historia.
Tanto si ayuda al mundo como si recibe ayuda de él, la
Iglesia no tiene más que una única finalidad: que venga el reino de Dios y que
se establezca la salvación de todo el género humano. Por otra parte, todo el
bien que el pueblo de Dios, durante su peregrinación terrena, puede procurar a
la familia humana procede del hecho de que la Iglesia es el sacramento
universal de la salvación, manifestando y actualizando, al mismo tiempo, el
misterio del amor de Dios hacia el hombre.
Pues el Verbo de Dios, quien todo fue hecho, se
encarnó, a fin de salvar, siendo él mismo hombre perfecto, a todos los hombres
y para hacer que todas las cosas tuviesen a él por cabeza. El Señor es el
término de la historia humana, el punto hacía el cual convergen los deseos de
la historia y de la civilización, el centro del género humano, el gozo de todos
sus deseos. Él es aquel a quien el Padre resucitó de entre los muertos, ensalzó
e hizo sentar a su derecha constituyéndolo juez de los vivos y de los muertos.
Vivificados y congregados en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de
la historia humana, que corresponde plenamente a su designio de amor: Hacer que
todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza, las del cielo y las de la tierra.
El mismo Señor ha dicho: Mira, llego en seguida y
traigo conmigo mi salario; yo daré a cada uno según sus obras. Yo soy el alfa y
la omega, el primero y el último, el principio y el fin.
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