Hermano: No ceso de dar gracias por vosotros, y
siempre os recuerdo en mis oraciones. Quiera el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la Gloria, concedernos el don de sabiduría y de
revelación, para que lleguemos al pleno conocimiento de él e, iluminados así
los ojos de nuestra mente, conozcamos cuál es la esperanza a que nos ha llamado
y cuáles las riquezas de gloria otorgadas por él como herencia a su pueblo
santo.
Y ¡qué soberana grandeza despliega su poder en
nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa! Este poder lo
ejercitó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y constituyéndolo a su
diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud y
dominación, y de todo ser que exista no sólo en el mundo presente, sino también
en el futuro. Puso todas las cosas bajo sus pies y lo dio como cabeza a la
Iglesia, que es su cuerpo, es decir, la plenitud de aquel que lo llena todo en
todo.
Y Dios también os vivificó a vosotros, que estabais
muertos por vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo,
siguiendo el proceder de este mundo, sometidos al príncipe que tiene su imperio
en el aire, el espíritu que actúa ahora en los rebeldes a la fe, entre los
cuales vivíamos también nosotros, siguiendo las apetencias de nuestra carne,
poniendo por obra sus deseos y sentimientos, y éramos por nuestro natural hijos
de cólera, como los demás.
Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran
amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos
vivificó con Cristo -por pura gracia habéis sido salvados- y nos resucitó con
él, y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús. Así Dios, en su bondad
para con nosotros en Cristo Jesús, quiso mostrar en los siglos venideros la
sublime riqueza de su gracia.
Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no
se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras,
para que nadie pueda presumir. Somos obra de Dios. Dios nos ha creado en Cristo
Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él determinó que
practicásemos.
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