La sabiduría es un
espíritu inteligente, santo, único y múltiple, sutil, ágil y penetrante,
inmaculado, lúcido e invulnerable, amante del bien, agudo y libre, bienhechor,
amigo del hombre y amable, firme, seguro y sereno, que todo lo puede y todo lo
ve, que penetra en todos los espíritus: los inteligentes, los puros y los más
sutiles.
La sabiduría es
más ágil que cualquier movimiento y, por ser inmaterial, lo atraviesa y lo
penetra todo. La sabiduría es un resplandor del poder de Dios, una emanación
purísima de la gloria del Omnipotente, por eso nada sucio la puede contaminar.
Es un reflejo de la luz eterna, un espejo inmaculado de la actividad de Dios y
una imagen de su bondad. Ella sola lo puede todo; sin cambiar nada, todo lo
renueva; entra en las almas de los buenos de cada generación, hace de ellos
amigos de Dios y profetas, porque Dios ama sólo a quienes conviven con la
sabiduría.
La sabiduría es
más brillante que el sol y que todas las constelaciones; si se la compara con
la luz del día, la sabiduría sale ganando, porque al día lo vence la noche,
pero contra la sabiduría, la maldad no puede nada. Ella se extiende poderosa de
un extremo al otro del mundo y con suavidad gobierna todo el universo.
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