La fe, aunque por
su nombre es una, tiene dos realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la
que se cree en los dogmas y que exige que el espíritu atienda y la voluntad se
adhiera a determinadas verdades; esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo
Señor: El que escucha mi palabra y cree en aquel que me ja enviado tiene vida
eterna y no incurre en condenación; añade: El que cree en el Hijo no está
condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de
Dios para con los hombres! Los antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a
Dios empleando para este fin los largos años de su vida; más lo que ellos
consiguieron con su esforzado y generoso servicio de muchos años, eso mismo te
concede a ti Jesús realizarlo en un solo momento. Si, en efecto, crees que
Jesucristo es el Señor y que Dios lo resucitó de entre los muertos conseguirás
la salvación y serás llevado al paraíso por aquel mismo que recibió en su reino
al buen ladrón. No desconfíes ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que
salvó en el Gólgota al ladrón a causa de una hora de fe, él mismo te salvará
también a ti si creyeres.
La otra clase de
fe es aquella que Cristo concede a algunos como don gratuito. A unos es dado
por el Espíritu del don de sabiduría; a otros el don de la ciencia en
conformidad con el mismo Espíritu; a otros la gracia de curaciones en el mismo
y único Espíritu.
Esta gracia de fe
que da el Espíritu no consiste solamente en una fe dogmática, sino también en
aquella otra fe capaz de realizar obras que superan toda posibilidad humana;
quien tiene esta fe puede decir a un monte: Vete de aquí a otro sitio, y se
irá. Cuando uno, guiado por esta fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón
que lo que dice se realizará, entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
Es de esta fe de
la que se afirma: Si tuvieseis fe, como un grano de mostaza. Porque, así como
el grano de mostaza, aunque pequeño en tamaño, está dotado de una fuerza
parecida a la del fuego y, plantado, aunque sea en un lugar exiguo, produce
grandes ramas hasta tal punto que pueden cobijarse en el las aves del cielo,
así también la fe, cuando arraiga en el alma, en pocos momentos realiza grandes
maravillas. El alma, en efecto, iluminada por esta fe, alcanza a concebir en su
mente una imagen de Dios, y llega incluso hasta contemplar al mismo Dios en la
medida en que ello es posible, le es dado recorrer los límites del universo y
ver, antes del fin del mundo, el juicio futuro y la realización de los bienes
prometidos.
Procura, pues,
llegar a aquella fe que de ti depende y que conduce al Señor a quien la posee,
y así el Señor te dará también aquella otra que actúa por encima de las fuerzas
humanas.
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