Oh Cristo, tú no
tienes
lo lóbrega de la
muerte;
tus ojos no se
cierran:
son agua limpia
donde puedo verme.
Oh Cristo, tú no
puedes
cicatrizar la
llaga del costado:
un corazón tras
ella
noches y días me
estará esperando.
Oh Cristo, tú
conoces
la intimidad
oculta de mi vida;
tú sabes mis
secretos:
te los voy
confesando día a día.
Oh Cristo, tú
aleteas
con los brazos
unidos al madero;
¡oh valor que
convida
a levantarse puro
sobre el suelo!
Oh Cristo, tú
sonríes
cuando te hieren
sordas las espinas;
si mi cabeza
hierve,
haz, Señor, que te
mire y te sonría.
Oh Cristo, tú que
esperas
mi último beso
darte ante la tumba,
también mi joven
beso
descansa en ti de la
incesante lucha. Amén.
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