Revistámonos de
concordia, manteniéndonos en la humildad y en la continencia, apartándonos de
toda murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra justicia más por
medio de nuestras obras que con nuestras palabras. Porque está escrito: ¿Va a
quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán?
Es necesario, por
tanto, que estemos siempre dispuestos a obrar el bien, pues todo cuanto
poseemos lo ha dado Dios. Él, en efecto, ya nos ha prevenido diciendo: Mirad,
el Señor Dios llega con poder, y con él viene su salario y su recompensa lo
procede y paga a cada hombre según sus acciones. De esta forma, pues, nos
exhorta a nosotros, que creemos en él con todo nuestro corazón a que, sin
pereza ni desidia, nos entreguemos al ejercicio de las buenas obras. Nuestra
gloria y nuestra confianza estén siempre en él; vivamos siempre sumisos a su
voluntad y pensemos en la multitud de ángeles que están en su presencia, siempre
en él; vivamos siempre sumisos a su voluntad y pensemos en la multitud de
ángeles que están en su presencia, siempre dispuestos a cumplir sus órdenes.
Dice, en efecto, la Escritura: Miles de millares le servían, miríadas de
miríadas estaban en pie delante de él y gritaban, diciendo: ¡Santo, santo,
santo es el Señor de los ejércitos, llena está la tierra de su gloria!
Nosotros, pues,
también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra
común fidelidad, aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra
parte en sus grandes y maravillosas promesas.
Porque él ha
dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios
ha preparado para los que lo aman.
¡Qué grandes y
maravillosas son, amados hermanos, los dones de Dios! La vida en la
inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en
la confianza, la templanza en la santidad; y todos estos dones son los que
están ya desde ahora al alcance de nuestro conocimiento. ¿Y cuáles serán, pues,
los bienes que están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce el Artífice
supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su número y su belleza.
Nosotros, pues, si
deseamos alcanzar estos dones procuremos, con todo ahínco, ser contados entre
aquellos que esperan su llegada. ¿Y cómo podremos lograrlo, amados hermanos?
Uniendo a Dios nuestra alma con toda nuestra fe, buscando siempre con
diligencia lo que es grato y acepto a sus ojos, realizando lo que está de
acuerdo con su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y rechazando de
nuestra vida toda injusticia.
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