La Iglesia sabe de dos vidas, ambas anunciadas y
recomendadas por el Señor; de ellas, una se desenvuelve en la fe, la otra en la
visión; una durante el tiempo de nuestra peregrinación, la otra en las moradas
eternas; una en medio de la fatiga, la otra en el descanso; una en el camino,
la otra en la patria; una en el esfuerzo de la actividad, la otra en el premio
de la contemplación.
La primera vida es significada por el apóstol Pedro,
la segunda por el apóstol Juan. La primera se desarrolla toda ella aquí, hasta
el fin de este mundo, que es cuándo terminará; la segunda se inicia oscuramente
en este mundo, pero su perfección se aplaza hasta el fin de él, y en el mundo
futuro no tendrá fin. Por eso se le dice a Pedro: Sígueme; en cambio de Juan se
dice: Si yo quiero que él permanezca así hasta mi venida, ¿a ti qué) Tú, sígueme.
Tu sígueme por la imitación en soportar las dificultades de esta vida; él, que
permanezca así hasta mi venida para otorgar bienes. Lo cual puede explicarse
más claramente así: Sígame una actuación perfecta, impregnada del ejemplo de mi
pasión; pero la contemplación incoada permanezca así hasta mi venida para
perfeccionarla.
El seguimiento de Cristo consiste, pues, en una
amorosa y perfecta constancia en el sufrimiento, capaz de llegar hasta la
muerte; la sabiduría, en cambio, permanecerá así, en estado de
perfeccionamiento, hasta que venga Cristo para llevarla a su plenitud. Aquí, en
efecto, hemos de tolerar los males de este mundo en el país de los mortales;
allá, en cambio, contemplaremos los bienes del Señor en el país de la vida.
Aquellas palabras de Cristo: Si yo quiero que él
permanezca así hasta mi venida no debemos entenderlas en el sentido de
permanecer hasta el fin o de permanecer siempre igual, sino en el sentido de
esperar; pues lo que Juan representa no alcanza ahora su plenitud, sino que la
alcanzará con la venida de Cristo. En cambio, lo que representa Pedro, a quién
el Señor dijo: Tú, sígueme, hay que ponerlo ahora por obra, para alcanzar lo
que esperamos. Pero nadie separe lo que significan estos dos apóstoles, ya que
ambos estarían después incluidos en lo que significaba Pedro y ambos estarían
después incluidos en lo que significa Juan. El seguimiento del uno y la
permanencia del otro eran un signo. Uno y otro, creyendo, toleraban los males
de esta vida presente; uno y otro, esperando, confiaban alcanzar los bienes de
la vida futura.
Y no sólo ellos, sino que toda la santa Iglesia,
esposa de Cristo, hace lo mismo, luchando con las tentaciones presentes, para
alcanzar la felicidad futura. Pedro y Juan fueron, cada uno, figura de cada una
de estas dos vidas. Pero uno y otro caminaron por la fe, en la vida presente;
uno y otro habían de gozar para siempre de la visión, en la vida futura.
Por esto, Pedro, el primero de los apóstoles, recibió
las llaves del reino de los cielos, con el poder de atar y desatar los pecados,
para que fuese el piloto de todos los santos, unidos inseparablemente al cuerpo
de Cristo, en medio de las tempestades de esta vida; y, por esto, Juan, el
evangelista, se reclinó sobre el pecho de Cristo, para significar el tranquilo
puerto de aquella vida arcana.
En efecto, no sólo Pedro, sino toda la Iglesia ata y
desata los pecados. Ni fue sólo Juan quien bebió, en la fuente del pecho del
Señor, para enseñarla con su predicación, la doctrina acerca de la Palabra que
existía en el principio y estaba en Dios y era Dios -y lo demás acerca de la
divinidad de Cristo, y aquellas cosas tan sublimes acerca de la trinidad y
unidad de Dios, verdades todas estas contemplaremos cara a cara en el reino,
pero que ahora, hasta que venga el Señor, las tenemos que mirar como en un
espejo y oscuramente-, sino que el Señor en persona difundió por toda la tierra
este mismo Evangelio, para que todos bebiesen de él, cada uno según su
capacidad.
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