Destruid este
templo y yo lo levantaré en tres días. Creo que en esta frase los judíos
representan a los hombres carnales, entregados a la vida de los sentidos.
Indignados al ver que Jesús había arrojado a los que con sus actos convertían
la casa del Padre en lugar de negocios, pedían al Hijo de Dios, a quien ellos
no reconocían, un signo con el que probara su autoridad para obrar de esta
forma. El Salvador les dio entonces una respuesta en la que se refería tanto a
su cuerpo como al templo sobre el que ellos preguntaban. En efecto, al decir
ellos: ¿Qué señal nos das que justifique lo que haces?, Jesús responde:
Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días.
Según mi parecer,
tanto el templo como el cuerpo de Cristo pueden llamarse, con toda verdad,
figura de la Iglesia, pues la Iglesia, construida de piedras vivas, edificada
como templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, cimentada sobre el
mismo cimiento de los apóstoles y profetas, y teniendo al mismo Cristo Jesús
como piedra angular, puede llamarse templo con toda razón. Por ello la
Escritura afirma de los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sois
miembros unos de otros. Por tanto, aunque el buen orden de las diversas piedras
viniera a derribarse, aunque los huesos de Cristo fueran dispersados por las
embestidas de la persecución, o los tormentos con que amenazan los
perseguidores pretendieran destruir la unidad de este templo, el templo sería
nuevamente reconstruido y el cuerpo resucitaría al tercer día, es decir, pasado
el día del mal que se avecina y el de la consumación que lo seguirá.
Porque llegará
ciertamente un tercer día y en él nacerá un cielo nuevo y una tierra nueva,
cuando estos huesos, es decir, la casa toda de Israel, resucitarán en aquel
solemne y gran domingo en el que la muerte será definitivamente aniquilada. Por
ello podemos afirmar que la resurrección de Cristo, que pone fin a su cruz y a
su muerte, contiene y encierra ya en sí la resurrección de todos los que
formamos el cuerpo de Cristo. Pues de la misma forma que el cuerpo visible de
Cristo, después de crucificado y sepultado, resucitó, así también acontecerá
con el cuerpo total de Cristo formado por todos sus santos: crucificado y
muerto con Cristo, resucitará también como él. Cada uno de los santos dice,
pues, como Pablo: Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo; por él el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Por
ello de cada uno de los cristianos puede no sólo afirmarse que ha sido
crucificado con Cristo para el mundo, sino también que con Cristo ha sido
sepultado, pues, si por nuestro bautismo fuimos sepultados con Cristo, como
dice san Pablo, con el también resucitaremos, añade, como para insinuarnos ya
las arras de nuestra futura resurrección.
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