Escuchemos,
hermanos, la voz de la Vida que nos invita a beber de la fuente de vida; el que
nos llama es no sólo fuente de agua viva, sino también fuente de vida eterna,
fuente de luz y de claridad; él es aquel de quien proceden todos los bienes de
sabiduría, de vida y de luz eterna. El Autor de la vida es fuente de vida, el
Creador de la luz es origen de toda claridad; por eso, despreciando las cosas
visibles y pasando por encima de las cosas terrestres, dirijámonos hacia los
bienes celestiales, sumergidos en el Espíritu como los peces en el agua, y
dirijámonos a la fuente del agua viva para beber de ella el agua viva que brota
para comunicar vida eterna.
Ojalá te dignaras,
Dios de misericordia y Señor de todo consuelo, hacerme llegar hasta aquella
fuente, para que en ella pudiera, junto con todos los sedientos, beber del agua
viva en la fuente viva y, saciado con su abundante suavidad, me adhiera con
fuerza cada vez mayor a un manantial y pudiera decir: ¡Cuán dulce es la fuente
del agua viva, cuyo manantial brota para comunicar vida eterna!
Oh Señor, tú mismo
eres aquella fuente que, aunque siempre bebamos de ella, siempre debemos estar
deseando, Señor Jesucristo, danos sin cesar de esa agua para que brote en
nuestro interior una fuente de agua viva que nos comunique la vida eterna. Pido
cosas ciertamente grandes, ¿quién lo negará? Pero tú, Rey de la gloria, nos
prometes dones excelsos y te complaces en dárnoslos: nada hay más excelso que
tú mismo, y tú has querido darte y entregarte a nosotros.
Por eso te pedimos
que nos enseñes a valorar lo que amamos, que eres tú mismo, pues nuestro amor
no desea bien alguno fuera de ti. Tú eres, Señor, todo nuestro bien, nuestra
vida y nuestra luz, nuestra salvación, nuestro alimento y nuestra bebida.
Infunde en nuestro corazón, Señor Jesús, la suavidad de tu Espíritu y hiere
nuestra alma con tu amor para que cada uno de nosotros pueda decir con toda
verdad: Muéstrame dónde está el amor de mi alma, porque desfallezco, herido de
amor.
Deseo, Señor,
desfallecer herido de esta forma. Dichosa el alma a quien de esta manera ha
herido el amor; esta alma busca la fuente y bebe, siempre, sin embargo,
bebiendo tiene sed, deseando encuentra agua, teniendo sed siempre bebe; así,
amando siempre busca y cuando es herida es sanada. Ojalá se digne herirnos de este
modo nuestro Dios y Señor Jesucristo, el piadoso y poderoso médico de nuestras
almas, que es uno con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los
siglos. Amén.
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