Nadie puede venir
a mí, si no es atraído por el Padre. No vayas a creer que eres atraído contra
tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Ni debemos temer el
reproche que, debido a estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran
hacernos algunos hombres, los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las
palabras, están muy ajenos al verdadero sentido de las cosas divinas. En
efecto, tal vez nos dirán: ¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído? Y yo
les respondo: Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir
que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso con
placer.
¿Qué significa ser
atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu
corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe
dulcísimo. Por otra parte, si el poeta
pudo decir: Cada
cual va en pos de su apetito, no por necesidad, sino por placer, no por
obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que
el hombre se siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es
la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?
¿Acaso tendrán los
sentidos sus deleites y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no tuviera sus
deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus alas;
¿se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus
delicias, porque en ti está fuente viva y tu luz nos hace ver la luz?
Preséntame un
corazón amante y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en
deseo, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en
este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna,
preséntame un tal corazón y asentirá en lo que digo. Sí, por el contrario,
hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy
diciendo.
Muestra una rama
verde a una oveja y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces a un niño y
verás cómo lo atraes también y viene corriendo hacia el lugar a donde es
atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es
atraído, por aquello que se desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que
deleites y aficiones terrena, atraen, por su simple contemplación, a los que
tales cosas aman, porque es cierto que cada cual va en pos de su apetito, ¿no
va atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma
con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más
hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la inteligencia sino
para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría,
la justicia, la verdad y la eternidad?
Dichosos, por
tanto, dice, los que tienen hambre y sed de ser justos -entiende, aquí en la
tierra-, porque -allí, en el cielo- ellos quedarán saciados. Les doy ya lo que
aman, les doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron aun
sin haberlo visto; comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que
estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos,
porque yo los resucitaré en el último día.
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