Escuchad, amados
hermanos, mis palabras; escuchadlas, como si se tratara de algo que os es muy
necesario; saciad vuestra sed con el agua de la fuente divina de la que os voy
a hablar; desead esta agua y no dejéis que vuestra sed se extinga; bebed y no
os creáis nunca saciados; nos está llamando el qué es fuente viva, el que es la
fuente misma de la vida nos dice: El que tenga sed que venga a mí, y que beba.
Entended bien de
qué bebida se trata: escuchad lo que, por medio de Jeremías, os dice aquel que
es la misma fuente: Me han abandonado a mí, la fuente de aguas vivas -oráculo
del Señor-. El mismo Señor, nuestro Dios Jesucristo, es la fuente de la vida,
por ello nos invita a sí como a una para que bebamos de él. Bebe de él quien lo
ama, bebe de él quien se alimenta con su palabra, quien lo ama debidamente,
quien sinceramente lo desea, bebe de él quien se inflama en el amor de la
sabiduría.
Considerad de
dónde brota esta fuente: brota de aquel mismo lugar de donde descendió nuestro
pan; porque uno mismo es nuestro pan y nuestra fuente, el Hijo único, nuestro
Dios, Cristo el Señor, de quien debemos estar siempre hambrientos. Aunque nos
alimentemos de él por el amor, aunque lo devoremos por el deseo, continuemos
hambrientos deseándolo. Bebamos de él como sí se tratará de una fuente,
bebámoslo con un amor que no parezca siempre susceptible de aumento, bebámoslo
con toda la fuerza de nuestros deseos y deleitémonos con la suavidad de su
dulzura.
Pues el Señor es
suave y es dulce; aunque lo hayamos comido y lo hayamos bebido, no dejemos de
estar hambrientos y sedientos de él, pues este manjar jamás es totalmente
comido, ni esta bebida jamás es agotada; aunque se la coma, jamás se consume;
aunque se le beba, jamás se le agota, porque nuestro manjar es eterno y nuestra
fuente perenne y siempre deliciosa. Por eso dice el profeta: Los que estáis
sedientos, venid a la fuente, pues esta fuente es la fuente de los sedientos,
no la de los que se sienten saturados; por ello, a aquellos que tienen hambre
-que son aquellos mismos a quienes en otro lugar proclaman dichosos- los llama
a sí y convoca a aquellos que nunca han quedado saciados de beber, sino que
cuanto más beben, más sedientos se sienten.
Por eso, hermanos,
hemos de desear siempre, hemos de buscar y amar siempre a aquel que es la Palabra
de Dios, fuente de sabiduría, que tiene su asiento en las alturas, en quien,
como dice el Apóstol, están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de
la ciencia y que no cesa de llamar a los que están sedientos de esta bebida.
Si estás sediento,
bebe de esta fuente de vida; si tienes hambre, come de este pan de vida.
Dichosos los que tienen hambre de este pan y sed de esta fuente; estos
hambrientos y sedientos, por mucho que coman y beban, siempre buscan saciar aún
más plenamente su hambre y su sed. Sin duda debe ser muy dulce aquel manjar y
aquella bebida que por mucho que se coma y que se beba continúa aun deseándose
y cuyo gusto no cesa de excitar el hambre y la sed. Por ello dice el profeta
rey: Gustad y ved qué dulce, qué bueno es el Señor.
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