Cuando se trata de dar testimonio, Dios tiene
dos deseos: quiere que demos testimonio de él, y quiere poder testificar él
sobre nosotros. Así que el dar testimonio es una espada de dos filos que corta
tanto hacia el cielo como hacia la tierra. Se escucha mucho acerca de nuestro
testimonio por Dios, pero poco o nada se escucha acerca del testimonio de Dios
en cuanto a nosotros.
¿Qué es dar testimonio? Es afirmar un hecho.
Cuando yo doy testimonio de Jesucristo, simplemente estoy afirmando que él es
lo que afirma ser: el Hijo de Dios y el salvador de los hombres. Por otro lado,
cuando Jesucristo da testimonio de nosotros, afirma una o dos cosas acerca de
nosotros. La primera se puede ilustrar con Abel, quien ofreció su ofrenda por
fe, y “recibió testimonio de ser justo” (Hebreos 11:4). Cuando Abel ofreció su
sacrificio, Dios inmediatamente dio testimonio a todo el universo de que él era
entonces “justo”. Estaba afirmando el hecho de que Abel había sido declarado
santo (justificado) en el libro de registros del cielo.
Lo mismo sucede a cada uno de nosotros que
“ofrece la ofrenda de fe”, esto es, acepta el sacrificio del Calvario como suyo
propio. ¿Cómo lo sabemos? Por el testimonio que Dios da de nosotros; él afirma
el hecho de que ahora estamos en Cristo, y testifica a favor nuestro delante de
todo el universo. Por lo tanto, la seguridad de la salvación no depende de
nuestros sentimientos, los cuales tienen altibajos de acuerdo con el ritmo del
cuerpo, la salud, las circunstancias, y aun el clima. Nuestra salvación depende
del testimonio de Dios, quien manifiesta habernos declarado justificados en el
libro celestial de cuentas, en base a nuestra fe en él.
¡Gracias a Dios por esa palabra segura de
testimonio! ¡Y gracias a Dios porque el juez mismo ya dio su veredicto y me ha
declarado libre! “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
¿Cómo andas en este asunto?
Haz los ajustes necesarios.
Dios te bendiga.
“Por tanto, a todo
el que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de
mi Padre que está en los cielos”.
(Mateo 10:32).
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