Conózcate a ti, Conocedor mío, conózcate a ti como soy
por ti conocido. Fuerza de mi alma, entra en ella y ajústala a ti, para que la
tengas y poseas sin mancha ni defecto. Ésta es mi esperanza, por eso hablo; y
en esta esperanza me gozo cuando rectamente me gozo. Las demás cosas de esta
vida tanto menos se han de deplorar cuanto menos se deplora. He aquí que amaste
la verdad, porque el que obra la verdad viene a la luz. Yo quiero obrar según
ella, delante de ti por esta mi confesión, y delante de muchos testigos por
este mi escrito.
Y ciertamente, Señor, a cuyos ojos está siempre
desnudo el abismo de la conciencia humana, ¿que podrá haber oculto en mí,
aunque yo no te lo quisiera confesar? Lo que haría sería esconderte de ti de
mí, no a mí de ti. Pero ahora, que mi gemido es un testimonio de que tengo
desagrado de mí, tú brillas y me llenas de contento, y eres amado y deseado por
mí, hasta el punto de llegar a avergonzarme y desecharme a mí mismo y de
elegirte sólo a ti, de manera que en adelante no podré ya complacerte sino es
en ti, ni podré serte grato si no es por ti.
Comoquiera, pues, que yo sea, Señor, manifiesto estoy
ante ti. También he dicho ya el fruto que produce en mí esta confesión, porque
no la hago con palabras y voces de carne, sino con palabras del alma y clamor
de la mente, que son las que tus oídos conocen. Porque, cuando soy yo malo,
confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno,
confesarte a ti no es otra cosa que tomar disgusto de mí; y, cuando soy bueno,
confesarte a ti no es otra cosa que no atribuirme eso a mí, porque tú, Señor,
bendices al justo; pero antes de ello lo transformaras de impío en justo. Así,
pues, mi confesión en tu presencia Dios mío, es a la vez callada y clamorosa:
callada en cuanto que se hace sin ruido de palabras, pero clamorosa en cuanto
al clamor con que clama el afecto.
Tú eres, Señor, el que me juzgas; porque, aunque
ninguno de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre
que está en él, con todo, hay algo en el hombre que ignora aun el mismo
espíritu que habita en él; pero tú, Señor, conoces todas sus cosas, porque tú
lo has hecho. También yo, aunque en tu presencia me desprecie y me tenga por
tierra y ceniza, sé algo de ti que ignoro de mí.
Ciertamente ahora te vemos como en un espejo y
borrosamente, no cara a cara, y así, mientras peregrino fuera de ti, me siento
más presente a mí mismo que a ti; y que no puedo de ningún modo violar el
misterio que te envuelve; en cambio, ignoro a qué tentaciones podré yo resistir
y a cuáles no podré, estando solamente mi esperanza en que eres fiel y no
permitirás que seamos tentados más de lo que podamos soportar, antes con la
tentación das también el éxito, para que podamos resistir.
Confiese, pues, yo lo que sé de mí; confiese también
lo que de mí ignoro; porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas, y lo
que de mí ignoro no lo sabré hasta tanto que mis tinieblas se conviertan en
mediodía ante tu presencia.
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