sábado, 23 de julio de 2016

CRISTO RECONCILIÓ AL MUNDO CON DIOS POR SU SANGRE


Si Cristo reconcilió mundo con Dios, él ciertamente no tenía necesidad de reconciliación. ¿Por qué pecado propio tenía que satisfacer, él, que no conoció en absoluto el pecado? Cuando los judíos le pedían el didracma que, según mandaba la ley, se ofrecía por el pecado, dijo a Pedro: Simón los reyes de la tierra, ¿de quienes cobran impuestos y tributos? ¿De sus propios hijos o de los extraños? Y habiéndole respondido que los extraños, añadió Jesús: Por lo tanto, los hijos están libres de impuestos. Mas para no darles de escándalo, vete al mar y echa el anzuelo; tomas en tus manos el primer pez que caiga y le abres la boca; hallarás una estatera; tómala y págales por mí y por ti.



Con este hecho demostró que no tenía que satisfacer por sus propios pecados, ya que él no era esclavo del pecado, sino que, como Hijo de Dios, estaba libre de todo error. El Hijo, en efecto, libera, pero el siervo está sujeto al pecado. Por tanto, el Hijo estaba libre de todo pecado y no tenía por qué dar un precio por su rescate, él, cuya sangre era precio suficiente para rescatar al mundo entero de todos sus pecados. Es natural que libre a los demás el que no tiene por su parte deuda alguna.



Digo más. No sólo Cristo no tenía que pagar precio alguno por su rescate ni ofrecer satisfacción alguna por sus pecados, sino que además podemos entender esto aplicado a cada uno de los hombres, en el sentido de que ninguno de ellos debe una satisfacción por sí mismo; pues Cristo satisfizo por todos y los rescató a todos.



¿Qué hombre puede haber ya, cuya sangre sea idónea para su propio rescate, después que Cristo ha derramado la suya propia por el rescate de todos? ¿Hay alguien cuya sangre pueda compararse a la de Cristo? ¿O es que hay algún hombre capaz de ofrecer por sí mismo una satisfacción superior a la que ofreció

Cristo en su persona, siendo así que él solo reconcilió al mundo con Dios por su sangre? ¿Qué víctima puede haber mayor? ¿O qué sacrificio más excelente? ¿O qué mejor abogado que aquel que se hizo propiciación por los pecados de todos y que dio su vida en rescate nuestro?



Lo que exige, pues, no es la satisfacción o el rescate que pudiera ofrecer cada uno, ya que la sangre de Cristo es el precio de todos, pues con ella nos rescató el Señor Jesús, reconciliándonos a él solo con el Padre; y se cansó hasta el fin, ya que cargó sobre sí nuestro propio cansancio, diciendo: Venid a mí todos los que andáis rendidos, que yo os daré descanso.

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