No permita Dios que permanezcamos insensibles ante la
bondad de Cristo. Si él imitara nuestro modo ordinario de actuar, ya podríamos
darnos por perdidos. Así pues, ya que nos hemos hecho discípulos suyos,
aprendamos a vivir conforme al cristianismo. Pues el que se acoge a otro nombre
distinto del suyo no es de Dios. Arrojad, pues, de vosotros la mala levadura,
vieja ya y agriada, y transformaos en la nueva, que es Jesucristo. Impregnados
de la sal de Cristo, a fin de que nadie se corrompa entre vosotros, pues por
vuestro olor seréis calificados.
Todo eso, queridos hermanos, no os lo escribo porque
haya sabido que hay entre vosotros quienes se comporten mal, sino que, como el
menor de entre vosotros, quiero montar guardia en favor vuestro, para que no
piquéis en el anzuelo de la vana especulación, sino que tengáis plena
certidumbre del nacimiento, pasión y resurrección del Señor, acontecida bajo el
gobierno de Poncio Pilato, cosas todas cumplidas verdadera e indudablemente por
Jesucristo, esperanza nuestra, de la que no permita Dios que ninguno de
vosotros se aparte.
¡Ojalá se me concediera gozar de vosotros en todo, si
yo fuera digno de ello! Porque si es cierto que estoy encadenado, sin embargo,
no puedo compararme con uno solo de vosotros, que estáis sueltos. Sé que no os
hincháis con mi alabanza, pues tenéis dentro de vosotros a Jesucristo. Y más
bien sé que, cuando os alabo, os avergonzáis, como está escrito: Lo primero que
hace el justo al hablar es acusarse a sí mismo. Poned, pues, todo vuestro
empeño en afianzaros en la doctrina del Señor y de los apóstoles, a fin de que
todo cuanto hiciereis os resulte prósperamente, así en la carne como en el
espíritu, en la fe y en la caridad, en el Hijo, en el Padre y en el Espíritu
Santo, en el principio y en el fin, unidos a vuestro dignísimo obispo, a la
espiritual corona tan dignamente formada por vuestro colegio de ancianos, y a
vuestros diáconos, tan gratos a Dios. Someteos a vuestro obispo, y también
mutuamente unos a otros, así como Jesucristo está sometido, según la carne, a
su Padre, y los apóstoles a Cristo y al Padre y al Espíritu, a fin de que entre
vosotros haya unidad tanto corporal como espiritual.
Como sé que estáis llenos de Dios, solo brevemente os
he exhortado. Acordaos de mí en vuestras oraciones, para que logre alcanzar a
Dios, y acordaos también de la Iglesia de Siria, de la que no soy digno de
llamarme miembro. Necesito de vuestras plegarias a Dios y de vuestra caridad,
para que la Iglesia de Siria sea refrigerada con el rocío divino, por medio de
vuestra Iglesia.
Os saludan los efesios desde Esmirna, de donde os
escribo, los cuales están aquí presentes para la gloria de Dios y que,
juntamente con Policarpo, obispo de Esmirna, han procurado atenderme y darme
gusto en todo. Igualmente os saludan todas las demás Iglesias en honor a
Jesucristo. Os envió mi despedida, a vosotros que vivís unidos a Dios y que
estáis en posesión de un espíritu inseparable, que es Jesucristo.
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