La promesa de Dios es ciertamente tan grande que
supera toda felicidad imaginable. ¿Quién, en efecto, podrá desear un bien
superior, si en la visión de Dios lo tiene todo? Porque, según el modo de
hablar de la Escritura, ver significa lo mismo que poseer; y así, en aquello
que leemos: Que veas la prosperidad de Jerusalén, la palabra “ver” equivale a
tener. Y en aquello otro: que sea arrojado el impío, para que no vea la
grandeza del Señor, por “no ver” se entiende no tener parte en esta grandeza.
Por lo tanto, el que ve a Dios alcanza por esta visión
todos los bienes posibles: la vida sin fin, la incorruptibilidad eterna, la
felicidad imperecedera, el reino sin fin, la alegría ininterrumpida, la
verdadera luz, el sonido espiritual y dulce, la gloria inaccesible, el júbilo
perpetuo y, en resumen, todo bien.
sino solamente para estar angustiados y tristes,
sabiendo de qué bienes estamos privados y la imposibilidad de alcanzarlos? ¿Es
que Dios nos invita a una felicidad que excede nuestra naturaleza y nos manda algo
que, por su magnitud, supera las fuerzas humanas?
No es así. Porque Dios no creó a los volátiles sin
alas, ni mandó vivir bajo el agua a los animales dotados para la vida en tierra
firme. Por tanto, si en todas las cosas existe una ley acomodada a su
naturaleza, y Dios no obliga a nada que esté por encima de la propia
naturaleza, de ello deducimos, por lógica conveniencia, que no hay que
desesperar para alcanzar para alcanzar la felicidad, resultante de la visión de
Dios; pues, ciertamente, no se vieron privados de la felicidad ni aquel que
dijo: Ahora me aguarda la corona merecida, que el Señor, justo juez, me
otorgará, ni aquel que se reclinó sobre el pecho de Jesús, ni aquel que oyó de
boca de Dios: Te he conocido más que a todos. Por tanto, si es indudable que
aquellos que predicaron que la contemplación de Dios está por encima de
nuestras fuerzas son ahora felices, y si la felicidad consiste en la visión de
Dios, y si para ver a Dios es necesaria la pureza de corazón, que nos hace
posible la felicidad, no es algo inalcanzable. Los que aseguran, pues, tratando
de basarse en las palabras de Pablo, que la visión de Dios está por encima de
nuestras posibilidades se engañan y están en contradicción con las palabras del
Señor, el cual nos promete que, por la pureza de corazón, podemos alcanzar la
visión divina.
sino solamente para estar angustiados y tristes,
sabiendo de qué bienes estamos privados y la imposibilidad de alcanzarlos? ¿Es
que Dios nos invita a una felicidad que excede nuestra naturaleza y nos manda algo
que, por su magnitud, supera las fuerzas humanas?
No es así. Porque Dios no creó a los volátiles sin
alas, ni mandó vivir bajo el agua a los animales dotados para la vida en tierra
firme. Por tanto, si en todas las cosas existe una ley acomodada a su
naturaleza, y Dios no obliga a nada que esté por encima de la propia
naturaleza, de ello deducimos, por lógica conveniencia, que no hay que
desesperar para alcanzar para alcanzar la felicidad, resultante de la visión de
Dios; pues, ciertamente, no se vieron privados de la felicidad ni aquel que
dijo: Ahora me aguarda la corona merecida, que el Señor, justo juez, me
otorgará, ni aquel que se reclinó sobre el pecho de Jesús, ni aquel que oyó de
boca de Dios: Te he conocido más que a todos. Por tanto, si es indudable que
aquellos que predicaron que la contemplación de Dios está por encima de
nuestras fuerzas son ahora felices, y si la felicidad consiste en la visión de
Dios, y si para ver a Dios es necesaria la pureza de corazón, que nos hace
posible la felicidad, no es algo inalcanzable. Los que aseguran, pues, tratando
de basarse en las palabras de Pablo, que la visión de Dios está por encima de
nuestras posibilidades se engañan y están en contradicción con las palabras del
Señor, el cual nos promete que, por la pureza de corazón, podemos alcanzar la
visión divina.
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