Yo mi culpa, dice el salmista. Si yo la reconozco, dígnate
tu perdonarla. No tengamos en modo alguno la presunción de que vivimos
rectamente y sin pecado. Lo que atestigua a favor de nuestra vida es el
reconocimiento de nuestras culpas. Los hombres sin remedio son aquellos que
dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No
buscan lo que hay que corregir, sino en qué pueden morder. Y, al no poderse
excusar a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás. No es así cómo
nos enseña el salmo a orar y dar a Dios satisfacción, ya que dice: Pues yo
reconozco mi culpa, tengo presente mi pecado. El que así ora no atiende a los
pecados ajenos, sino que se examina a sí mismo, y no de manera superficial,
como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo,
y por esto precisamente puede atreverse a pedir perdón.
¿Quieres aplacar a Dios? Conoce lo que has de hacer
contigo mismo para que Dios te sea propicio. Atiende a lo que dice el mismo
salmo: Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Por tanto, ¿es que has de prescindir del sacrificio? ¿Significa esto que podrás
aplacar a Dios sin ninguna oblación? ¿Qué dice el salmo? Los sacrificios no te
satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Pero continúa y verás
que dice: Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y
humillado tú no lo desprecias. Dios rechaza los antiguos sacrificios, pero te
enseña qué es lo que has de ofrecer. Nuestros padres ofrecían víctimas de sus
rebaños, y éste era su sacrificio. Los sacrificios no te satisfacen, pero
quieres otra clase de sacrificios.
Si te ofreciera un holocausto -dice-, no lo querrías.
Si no quieres, pues, holocaustos, ¿vas a quedar sin sacrificios? De ningún modo.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú
no lo desprecias. Éste es el sacrificio que has de ofrecer. No busques en el
rebaño, no prepares navíos para navegar hasta las más lejanas tierras a buscar
perfumes. Busca en tu corazón la ofrenda grata a Dios. El corazón es lo que hay
que quebrantar. Y no temas perder el corazón al quebrantarlo, pues dice también
el salmo: Oh Dios, crea en mi corazón puro, hay que quebrantar antes el impuro.
Sintamos disgusto de nosotros mismos cuando pecamos,
ya que el pecado disgusta a Dios. Y, ya que no estamos libres de pecado, por lo
menos asemejémonos a Dios en nuestro disgusto por lo que a él le disgusta. Así
tu voluntad coincide en algo con la de Dios, en cuanto que te disgusta lo mismo
que odia tu Hacedor.
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